Obras Singulares
Tentaciones de San Jerónimo
Las tentaciones de san Jerónimo, hacia 1657
Óleo sobre lienzo, 224 x 126 cm
Desamortización (1840)
Procedencia
Comentario
A lo largo del siglo XVII se pintaron grandes series de cuadros para las órdenes religiosas como la que realizó Valdés Leal para la sacristía del convento de San Jerónimo de Buenavista en Sevilla. El monasterio, gracias al apoyo de la monarquía y la nobleza, fue uno de los más prósperos e importantes de la ciudad, albergando una notable colección de obras de arte entre las que destaca la escultura del santo penitente realizada por Pietro Torrigiano, referente iconográfico para los mejores artistas del Barroco sevillano.
El conjunto pictórico, hoy disperso en varios museos y colecciones, lo constituían seis escenas de la vida de san Jerónimo y doce representaciones de destacados santos y frailes de la orden, de las cuales ingresaron en la colección fundacional del Museo de Bellas Artes de Sevilla tres pasajes de la vida del santo y seis figuras exentas de notables monjes. Valdés realiza su mejor narración hagiográfica en esta serie, en la que muestra ya los rasgos de su personal estilo.
El relato de esta escena se basa en una carta que el santo escribió a santa Eustoquio, que con su madre, santa Paula, lo siguieron a Tierra Santa donde fundaron varios monasterios. En su correspondencia le participa las frecuentes y temibles tentaciones que sufrió durante su retiro en el desierto. Unos episodios cargados de dramatismo que permitieron a Valdés Leal desplegar toda su capacidad creativa y fuerza expresiva. En la composición el santo se sitúa en la entrada de una cueva durante sus años de soledad como eremita. Su potente figura arrodillada se concentra en la oración mientras rechaza la visión de un grupo de sensuales mujeres que danzan al ritmo de instrumentos musicales. Es ese enérgico gesto de rechazo el que enlaza los dos planos de la composición, protagonizados por el asceta y sus tentadoras. A las atractivas danzantes y a la vigorosa figura del penitente, que evoca la influencia de Tiziano, se contraponen los símbolos de su ascética vida: el crucifijo, los libros y la calavera, de esmerada ejecución. La atmósfera de sensualidad y el dinamismo de la composición contrastan con la versión del mismo pasaje que había realizado Zurbarán para el monasterio de Guadalupe, de figuras graves y silentes, ajenas a una intención mundana.
La técnica enérgica en la que alternan amplias pinceladas con toques vibrantes; el dominio del color, armonioso tanto en sus tonos brillantes como en las suaves transparencias sobre el fondo grisáceo; la ejecución audaz, al servicio de la expresividad y el dinamismo de la escena, nos presentan ya los rasgos de su personalidad desde esta obra temprana. Un lenguaje personal que marca diferencias con el de su afamado contemporáneo Bartolomé Esteban Murillo, mostrando las claves del barroquismo creciente que se impondrá en la escuela sevillana, donde conviven la tradición con las novedades traídas por Francisco Herrera el Mozo en 1656.
María del Valme Muñoz Rubio: Valdés Leal 1622 - 1690), Sevilla, Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico, 2021, p. 264.
Imagen en alta resolución (Google Arts & Culture)