Las Colecciones

Obras Singulares

Atrás

Santas Justa y Rufina

Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1617 - 1682)
Santas Justa y Rufina, hacia 1666
Óleo sobre lienzo, 200 x 176 cm
Desamortización (1840)

Procedencia

Convento de Capuchinos. Sevilla

Comentario

En un lugar destacado del retablo mayor, en el primer cuerpo del lado del evangelio, formando pareja con San Leandro y San Buenaventura (cat. n.º 3), se encontraba esta obra. Los capuchinos la incluyeron en dicho retablo en virtud de la escritura de donación de la ermita a ellas dedicada que les fue cedida para levantar el convento y que se situaba en el mismo solar en el que habían sido martirizadas.

Justa y Rufina, dos jóvenes hermanas vendedoras de cerámica de la puerta de Triana, fueron arrestadas y torturadas por el prefecto romano Diogeniano en el año 287 por negarse a realizar el donativo a la diosa Salambona que les exigió el cortejo que paseaba su imagen. La negativa motivó el destrozo de sus vasijas cerámicas y que, en consecuencia, ellas rompieran la imagen pagana, siendo acusadas de sacrilegio, torturadas y encarceladas hasta su muerte. La palma del martirio y los modestos objetos de barro que aparecen a sus pies, que simbolizan la fragilidad humana por su modestia, son dos de los atributos de las santas a los que en la iconografía sevillana se añade la Giralda, elemento que centra esta composición y cuya maqueta ambas sostienen entre ellas. Según la leyenda, la intervención de Justa y Rufina impidió su derrumbe en el terremoto que sacudió la ciudad en el año 1503 e incluso en el posterior de Lisboa en 1755. Se da la curiosidad de que la torre que sostienen contiene una representación de ellas mismas, ya que, en la época en que se pintó esta obra, la Giralda todavía conservaba los frescos de Luis de Vargas, uno de los cuales representaba a las dos hermanas. La Giralda simboliza la ciudad, cuya protección está encomendada a las santas que, convertidas en patronas de la Sevilla, fueron así representadas siguiendo una orden del Cabildo catedralicio y consolidando una tradición iconográfica que se plasmará en azulejos, escultura y en pintura, desde el Maestro de Moguer (1520) hasta el Goya de la catedral de Sevilla (1817), pasando por Esturmio, Ignacio de Ríes o Miguel de Esquivel, obra la de este último autor más cercana a Murillo y en la que este pudo inspirarse.

La composición de la obra de Murillo es en extremo sencilla y adolece de cierto estatismo y de una simetría apenas rota por los cacharros situados en la zona inferior derecha y por la amplitud y el movimiento de los volados paños y los amplios pliegues de la vestimenta de rico colorido. En ella demuestra Murillo sus grandes dotes como colorista: en el contraste de la túnica rosada y el manto dorado de santa Justa con el rojo y verde de santa Rufina. El pintor, tal y como acostumbra en sus representaciones femeninas, pinta dos figuras de delicada y popular belleza, pero con dos actitudes complementarias que marcan tanto su condición de jóvenes alfareras sevillanas como la de santas, ya que mientras una de ellas se dirige al espectador con una mirada serena, la otra eleva sus ojos hacia lo alto como buscando el amparo y la protección divina.

Aunque no conocemos ningún bodegón independiente pintado por Murillo, podemos apreciar su extraordinaria capacidad para plasmar naturalezas muertas por su gran calidad en la representación de estas vasijas de barro y vidriadas en blanco. Dispuestas en el suelo, nos conducen en profundidad, rompiendo la frontalidad de la composición, hacia un sencillo paisaje que acoge y enmarca la escena, formado por un camino que desemboca en dos arcos y un torreón en ruinas.

Conocemos dos bocetos realizados por el pintor para esta obra. En el Musée Bonnat Helleu de Bayona se guarda un rápido esbozo muy sumario realizado a lápiz (ver), y en el Museo de Arte Occidental de Tokyo se conserva un óleo de reducidas dimensiones (ver). A tenor del número de estos pequeños lienzos conservados de varias de sus obras mayores, se puede pensar que era una práctica habitual en Murillo la realización de óleos de reducidas dimensiones en los que aparece, prácticamente sin cambios, la que será la composición definitiva. Así sucede en este caso concreto, en el que, a excepción del grupo de objetos de barro, los elementos están dispuestos tal y como aparecerán en la versión final.

Conocemos varias representaciones del mismo tema realizadas por Murillo: dos tondos de la sala capitular de la catedral de Sevilla y un boceto de la Wallace Collection, donde aparecen acompañando a la Virgen con el Niño junto con san Juan Bautista y san Francisco (ver). En ningún caso alcanzan la calidad del lienzo que analizamos, exceptuando las dos pinturas que se conservan en el Meadows Museum de la Southern Methodist University en Dallas, realizadas unos años antes, hacia 1660, donde las representa separadas cada una en un lienzo como figuras de tres cuartos, con la palma del martirio y varios objetos cerámicos en el regazo, una mirando al espectador y la otra hacia lo alto, al igual que en la obra del Museo de Bellas Artes de Sevilla (ver santa Justa) (ver santa Rufina).

Virginia Marqués Ferrer: Murillo y los capuchinos de Sevilla, Sevilla, Consejería de Cultura, 2017, pp.136-139.

Imagen en alta resolución (Google Arts & Culture)