Obras Singulares
Pinturas para el techo del salón de la casa de Juan de Arguijo
Juan de Arguijo (1567-1622) es conocido entre sus diversas facetas, sobre todo, como destacado autor de las letras españolas en la Sevilla del Siglo de Oro, llegando a afirmarse de él tempranamente que llegó a ser «uno de los mejores sonetistas españoles, si no lo es del mundo». Protagonista de lo que la historiografía literaria ha denominado escuela poética sevillana, su producción literaria es comparable a cualquiera de los autores de esa «congregación de estudiosos» que se extendió entre la segunda mitad del siglo XVI y las primeras décadas del XVII. Entre ellos se estableció un espíritu común de colaboración crítica en la actividad intelectual que consolidó una corriente de fundamento humanista que fomentó tanto el cultivo de los autores clásicos como de los poetas del Renacimiento italiano, particularmente Petrarca, estimulando la búsqueda de la belleza y la perfección formal en sus escritos. Este aspecto destacado de su personalidad le permitió el conocimiento y trato asiduo de autores literarios y de artistas que también cultivaron el aspecto intelectual, como Francisco Pacheco o Pablo de Céspedes, lo que le animó ¿junto a una situación económica desahogada¿ a afrontar una empresa artística sin precedente en el ámbito sevillano: la realización de un escenario iconográfico de naturaleza poética que coronaba lo que fue, en el momento de esplendor económico y social de su vida, el salón y biblioteca de su residencia sevillana, donde tuvieron lugar muchas de esas reuniones, tertulias y torneos literarios que enriquecieron el panorama de la literatura sevillana del Siglo de Oro. Nombrado caballero veinticuatro del cabildo sevillano ¿senator Hispalensis¿ y ennoblecido por 7.000 ducados aún en vida de su padre, la muerte de este le permitió heredar una inmensa fortuna, de cuya administración había estado apartado hasta entonces. Juan de Arguijo, desde la cima de la estructura social sevillana, se encargó entonces de disiparla, con mayor o menor acierto, pero con inusitada prodigalidad, en empresas diversas, de las que este conjunto pictórico es una manifestación más que refleja no solo su compleja personalidad, sino, sobre todo, el ambiente literario y artístico de Sevilla en los años centrales del llamado Siglo de Oro de las letras españolas. Además del contexto social y económico, dos aspectos intelectuales hicieron posible esta empresa: el humanismo de raíces clásicas, pero interpretado desde un aspecto moralizante compatible con las ideas cristianas, y su adhesión a la fusión virtual de lo visual con lo escrito, el símil de Horacio que Lee consagró, Ut pictura poesis. Sevilla ofrecía el perfecto campo de cultivo para el ascenso social, el enriquecimiento personal y cultural que se manifestaba en la puesta en escena de la prolífica expansión de las más diversas manifestaciones artísticas, siendo este un elocuente fruto de este contexto someramente esbozado.
En 1601 fue realizado el conjunto de pinturas que conformaban la decoración del techo del salón principal de la casa del humanista y poeta. Fue el primero de los conjuntos decorativos de pinturas de esa naturaleza de los realizados en Sevilla en los primeros años del XVII, seguidos de los importantes conjuntos de la casa de Pilatos (1604) y del Palacio Arzobispal (1604). El techo se compone de un total de 21 pinturas, realizadas sobre lienzos de formatos diferentes e irregulares, con bastidores independientes, conformando un único techo plano sustentado por un armazón de madera donde se integran los lienzos pintados. Es decir, no se trata de la decoración de un elemento arquitectónico preexistente, sino de un elemento estrictamente decorativo, ajeno e independiente a cualquier función sustentante o constructiva, siendo esta una de sus principales novedades. La estructura de madera que enmarcaba las pinturas, de modo similar a como se conserva en el salón de la casa de Pilatos, era el único elemento estructural que alojaba las pinturas, que apoyaban sobre este sistema de enmarcamiento que ofrecía al espectador un aspecto unitario cuando contemplaba el techo desde la zona inferior. No cabe duda de que el modelo de esta idea se encuentra en Italia, donde desde tiempo atrás las grandes casas nobiliarias y las instituciones incluían en las decoraciones arquitectónicas este tipo de obras. En España hay ejemplos anteriores, entre los que cabe citar el monasterio de El Escorial, de manera particular los frescos de la biblioteca, de Pellegrino Tibaldi (1586-1595), y especialmente el palacio de don Álvaro de Bazán en el Viso del Marqués, decorado con frescos manieristas de Giovanni Battista y Esteban Peroli con César de Bellis (1564-1586), estudiado por López Torrijos, exaltando sus virtudes y linaje. La tradición sevillana, más inclinada a la utilización de armaduras mudéjares, hasta entonces no había incorporado estas decoraciones eminentemente figurativas.
El conjunto está compuesto por cinco lienzos de carácter mitológico. La obra central representa la asamblea de los dioses olímpicos, presidida por Júpiter en uno de los lados menores. Junto a él se sienta Apolo, dios de la música y la poesía, que toca la vihuela. Recostado sobre aquel, Mercurio con su casco alado y, en las manos, el caduceo y una espada. Tras él, Cupido, que clava una flecha a Venus, que ocupa el extremo opuesto, mientras en el otro aparece Vulcano con el martillo. Frente a Júpiter se sitúa Juno, coronada y con manto rojo, y tras ella, un pavo real como símbolo de la diosa. Le siguen Neptuno con el tridente y Diana, semidesnuda, tocada con la media luna y las flechas que simbolizan la caza. A su lado, Marte, cubierto con un hermoso casco, porta el escudo y la espada, y a su lado, Saturno con la guadaña. En el centro del lienzo aparecen los símbolos del zodiaco y una balanza como eje central de la composición. Los cuatro lienzos restantes, situado en las cuatro esquinas exteriores del lienzo descrito, representan el rapto de Ganímedes, la caída de Faetón, a Astrea como personificación de la justicia, con la balanza y la espada, y finalmente una figura femenina, quizás una furia, reconocible por la antorcha y las serpientes, de controvertida identificación. Completan el conjunto pictórico el escudo de armas de la casa de Arguijo y, en el lado opuesto, un lienzo que contiene una cartela con el texto en latín «GENIO/ET MVSIS/ DICATUM/.A.S./MDCI», que enuncia el tema que confiere al conjunto una unidad iconológica. Los 16 lienzos retantes, de formas muy diversas, están decorados con elementos ornamentales tomados del mundo clásico pero tamizados al estilo de los seguidores de Rafael: roleos, mascarones, putti y grutescos, que enmarcan las pinturas otorgando ritmo y orden a la composición y adaptándolas armónicamente al espacio arquitectónico.
Los avatares por los que ha pasado el conjunto desde sus inicios no han permitido conservar la estructura original, posiblemente deteriorada y perdida en el traslado desde el lugar para donde se realizó hasta su emplazamiento en el palacio de la calle Monsalves a finales del siglo XIX, donde se ha conservado hasta hace pocos años. A propuesta de la Dirección General de Bienes Culturales e Instituciones Museísticas, se encomendó al Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico el proyecto de conservación y posterior restauración de las pinturas. Su intervención ha aportado una sólida información técnica, que se complementó con una rigurosa publicación, Juan de Arguijo y la Sevilla del Siglo de Oro, que ha contribuido a desentrañar, contextualizar y difundir esta irreemplazable obra.
Ignacio Cano Rivero: Arte del Renacimiento en Sevilla. Sevilla. Consejería de Turismo, Cultura y Deporte, 2022, pp. 171-174.