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Tres esculturas recuperadas

Se exponen las esculturas recuperadas tras su restauración de los tres mártires del Japón, san Diego Kisai de Juan Martínez Montañés y san Pablo Miki y san Juan Soan de Goto de Juan de Mesa. Del 1 de octubre de 2024 al 6 de enero de 2025.

Los mártires del Japón

El 5 de febrero de 1597 un grupo de veintiséis cristianos, veinte de ellos japoneses, mayoritariamente franciscanos, tanto laicos como religiosos, murieron crucificados en la ciudad japonesa de Nagasaki. Entre ellos había tres jesuitas nacidos en Japón y convertidos al catolicismo: los religiosos Pablo Miki (Kioto, 1556 o 1562) y Juan Soan de Goto (Goto, 1578), y el hermano lego Diego Kisai (Haga, Okayama, 1533). Treinta años más tarde, en 1627, serán beatificados por el papa Urbano VIII y, finalmente, declarados santos en 1862.

La devoción a estos beatos japoneses llegó a ser muy común en las iglesias jesuitas en el siglo XVII, encontrándose representaciones tanto en escultura como en pintura en otras localidades de la provincia, como Morón de la Frontera, o en ciudades cercanas, como Cádiz. Aunque ninguna de estas obras conserva sus atributos iconográficos, los mártires del Japón suelen aparecer representados acompañados de cruces, en recuerdo de su crucifixión, y de las lanzas con las que se les dio muerte.

La representación artística de los santos jesuitas de Japón no fue un caso aislado. La Iglesia Católica, que había impulsado en el siglo XVI las misiones en Asia, promovió igualmente el reconocimiento como santos de los frailes martirizados por cuestiones religiosas -y sus correspondientes implicaciones políticas- en lugares como China, Japón o Filipinas. A los jesuitas se unen casos similares de miembros de otras órdenes, como franciscanos, dominicos o agustinos reproducidos en pinturas, grabados o esculturas. El arte, apoyado muchas veces por la imprenta, se convierte así en instrumento para difundir el martirio por la fe como ejemplo para los fieles.

 

Tres esculturas recuperadas

Estas tres obras proceden de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús en Sevilla y, aunque carecen de fecha, debieron ser encargadas con motivo de su beatificación en 1627, acontecimiento que propició su culto público. Tres siglos más tarde ingresaron en la colección del museo gracias a la donación González Abreu en 1928.

Aunque no están documentadas, su estilo permite atribuir dos de ellas, San Pablo Miki y San Juan Soan de Goto, al escultor Juan de Mesa. En el caso de esta última, su parecido con otras tallas del maestro, como la Virgen de las Angustias de Córdoba, que también fue realizada en 1627, es muy claro. Esta similitud alcanza también al maniquí interior tallado de ambos santos japones y de la dolorosa cordobesa, que resultan casi idénticos.

En San Diego Kisai, por el contrario, las evidentes diferencias constructivas y de talla, hacen poner en duda la autoría de Juan de Mesa. Parte de la crítica especializada ha propuesto su atribución al taller de su maestro, Juan Martínez Montañés. Ambos artistas, de hecho, contaban con una larga trayectoria de encargos promovidos por la Compañía de Jesús para Sevilla y América.

En la escultura barroca en madera policromada se recurre con frecuencia al uso de imágenes para vestir, que presentan talladas solo sus cabezas, manos y pies, como sucede, por ejemplo, en muchas figuras procesionales de Cristo y de la Virgen dolorosa. El resto de la obra solía ser un armazón interior cubierto con telas, que, en ocasiones, se sustituye por un cuerpo parcialmente anatomizado. Es el caso de estas tres obras, que llevan el hábito de los jesuitas, aunque sus brazos articulados en hombros, codos y muñecas dejan claro que estaba previsto que fueran recubiertas posteriormente con vestidos que, como en el caso de San Pablo Miki, cubren la artificial unión de la cabeza al cuerpo o los ensambles de las manos a los brazos. Su exposición sin estas telas sobrepuestas nos permite apreciar su sistema constructivo, tan frecuente en el arte barroco y que en la gran mayoría de las ocasiones queda oculto.

Su restauración nos permite exponer las esculturas de nuevo y recuperar el estado original de las mismas, ejemplo destacado de imágenes vestideras en el arte sevillano. Su valor se ve incrementado, además, por ser fruto del trabajo de algunos de los más destacados escultores del Barroco hispalense, como Juan de Mesa o Juan Martínez Montañés.

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