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El velatorio

LÓPEZ MEZQUITA, José María (Granada, 1883-Madrid, 1954).

1910.
Óleo sobre lienzo.
200 x 300 cm.
Ingreso por compra, 2011.

Pintura de gran complejidad tanto compositiva como temática, "El velatorio" es una obra que llama poderosamente la atención de toda aquella persona que la observa.

A simple vista parece recoger la típica estampa de una zambra gitana en el interior de una cueva del Sacromonte, pero en una mirada más detenida, se percibe en el centro de la escena el pequeño ataúd abierto de un niño, cubierto por tules, flores y cintas de colores, iluminado por las mechas de tres velones.

Fue el asunto de la obra y la dualidad de su tratamiento lo que provocó el asombro de sus contemporáneos y las dudas del autor en su ejecución. En una carta a su amigo, el escultor Josep Clarà, López Mezquita se sinceraba: "estoy pintando un cuadro que es una costumbre gitana, un velatorio, y es una fiesta alrededor de un cadáver de un niño pequeño. Las figuras están sentadas alrededor cantando y tocando las palmas mientras una gitana baila y la familia, cerca del cadáver, llora y se tira de los pelos. Por la sola enumeración del asunto, comprenderá la serie de dificultades que encierra para que no resulte una cosa ridícula y grotesca. Allá veremos si es equivocación o un acierto".

Vida y muerte, alegría y dolor, belleza y fealdad, juventud y vejez, se mezclan a partes iguales en una composición abigarrada, de factura suelta y vigorosa y paleta terrosa y oscura.

En esta pintura, el genio granadino no solo capta la bulliciosa y densa atmósfera de la cueva, cargada de calor humano y del humo de cigarrillos y velas, sino que ofrece un repertorio de retratos, género en el que destacó ampliamente el autor, que ahondan más en lo emocional que en lo estrictamente físico.

Así, contrastan el brío abatido de la bailarina con la sonrisa y admiración de las jóvenes que la animan sentadas desde el suelo, el desgarro y dolor de la madre del finado, con la impasibilidad de los hombres que beben al fondo en la penumbra. Gozan de tal interés y detalle que podría constituirse una obra independiente con cada una de las escenas recogidas.

En cuanto a la temática, puede considerarse uno de los pocos ejemplos existentes que documentan el rito funerario conocido popularmente como "velorio del angelito". Esta tradición olvidada, registrada en el Levante peninsular y Canarias hasta inicios del siglo XX, consistía en la reunión nocturna con cantes y bailes en torno a un infante difunto, al que se atribuían facultades intercesoras.

De esta manera, en línea con Pérez Rojas, López Mezquita parece acercarse más al naturalismo trágico y descarnado de Zuloaga y Gutiérrez Solana, que a la perspectiva más idealizada y amable de Rodríguez-Acosta y Sorolla, o la más simbólica y estilizada de Romero de Torres y Anglada Camarasa. También cabría relacionar esta pieza con obras anteriores del propio autor como "Un baile en España" (1906), donde en una escena festiva aborda la desigualdad social y la prostitución, y "Carpintería de la calle de la colcha" (1910), perteneciente a la colección del Museo de Bellas Artes de Granada.

En lo formal, especialmente en el dramatismo de la iluminación, también parece recoger el testigo de "El jaleo" (1882) de John Singer Sargent, con quien López Mezquita mantuvo una larga amistad.

La pintura obtuvo una medalla de plata en la Exposición de Bellas Artes de Buenos Aires de 1910. Sin embargo, no gozó de igual suerte en la Exposición Nacional del mismo año, al quedar relegada por otra obra más convencional del mismo autor, "La familia de Bermejillo", que se alzó con la medalla de primera clase.

Tiempo después, la pieza acabó formando parte de la colección privada en Madrid del anticuario Diego López de Aragón, de quien la adquiere el Ministerio de Cultura, en 2011, con destino al Museo de Bellas Artes de Granada, desde donde se exhibe de forma permanente.

Finalmente, en 2020, la nieta del pintor, doña María del Carmen López Mezquita, ofreció en donación el marco original, permitiendo la unidad e integridad completa de la obra, tal y como su abuelo la concibió y mantuvo durante décadas en su estudio de Ávila.

En definitiva, "El velatorio" resalta no solo por su valor artístico sino por su valor simbólico y antropológico. Además de erigirse como una de las producciones de mayor complejidad del reconocido autor granadino, ofrece una representación completamente inusual del tema funerario, con uno de los barrios más históricos de la ciudad como escenario.

Imagen en alta resolución (Google Arts & Culture).

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