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Santo Tomás de Villanueva dando limosnas

Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1617 - 1682)
Santo Tomás de Villanueva dando limosna, hacia 1668-1669
Óleo sobre lienzo, 283 x 188 cm
Desamortizacion (1840)

 

Procedencia

Convento de Capuchinos. Sevilla.

Comentario

Esta pintura, al igual que el resto de la serie, fue realizada por Murillo por encargo de los franciscanos para la iglesia del convento de Capuchinos de Sevilla, siendo instalada en la primera capilla de la nave de la epístola, según se entraba en la iglesia, frente al San Francisco abrazado al Crucificado. Este cuadro ha despertado numerosos elogios de los expertos del mundo del arte. Ya Palomino nos dice que el mismo Murillo se sentía especialmente orgulloso de él y que lo llamaba «su lienzo». Aunque Santo Tomás de Villanueva era agustino, su presencia en este convento se debe a su cualidad de santo limosnero, que ganó su santidad a fuerza de practicar la caridad a lo largo de su vida, virtud muy asociada a la filosofía franciscana.  

Santo Tomás nació en Fuenllana, Ciudad Real, en 1488 y murió en Valencia en 1555. Religioso agustino, en 1544 fue designado por Carlos V arzobispo de Valencia. Durante su pontificado, se distinguió por su ardiente caridad y por su incondicional entrega al servicio de la Iglesia y de los desamparados. Fue beatificado en 1618 y canonizado por Alejandro VII en 1658. El papa Pablo V ordenó que se lo representara con vestiduras episcopales, dando limosna a los pobres.

La escena está representada en el interior de una iglesia, o posiblemente de un palacio arzobispal, de líneas arquitectónicas bastante clásicas. Es uno de los fondos más logrados de su obra y contribuye con sus órdenes y proporciones a monumentalizar la composición. La profundidad espacial está creada a través de la sucesión de la alternancia de planos de luz y sombra. El santo, que ocupa el centro de la composición, está vestido con el hábito negro agustino sobre el que se aprecia una cruz pectoral colgando de su cuello. Esta insignia, al igual que la mitra y el báculo, recuerdan su etapa de arzobispo de Valencia (1544-1555). Aparece en actitud caritativa, abandonando voluntariamente su dedicación a la lectura de los textos sagrados para ocuparse en socorrer a varios mendigos, enfermos y tullidos cuyas fisonomías Murillo extrajo, sin duda, de la vida popular sevillana. La distinguida figura de santo Tomás de Villanueva, enjuta y alargada, de fino rostro, aparece grandiosa con el brazo izquierdo en alto apoyado en el báculo, mientras que con la mano derecha, recortándose luminosa sobre el hábito negro, reparte las limosnas. Su semblante expresa una profunda y serena espiritualidad, y su mirada se dirige compasiva, ante tanto dolor y miseria, hacia el grupo de mendigos que forma una especie de coro humano en su derredor.

Ante él aparece un tullido medio desnudo cuya figura está resuelta en un admirable escorzo, al estar arrodillado a sus pies. Apoyado en su brazo izquierdo, hace un supremo esfuerzo para alzar su maltrecho cuerpo y extiende suplicante su mano derecha para alcanzar la limosna que le entrega compasivo santo Tomás. Este personaje, junto con el propio santo, configuran el eje vertical del cuadro. A su derecha, tres figuras escalonadas: un muchacho harapiento, con su cabeza cubierta de pústulas producidas por la tiña y su brazo izquierdo en cabestrillo, dirige su triste mirada hacia el santo. En opinión del profesor Angulo: «si no es el mismo niño a quien santa Isabel de Hungría lava la cabeza en el cuadro de la iglesia de la Caridad, debe ser hermano suyo». A continuación, dos personajes menos definidos que los anteriores: el primero, un anciano que ya ha recibido la moneda y la guarda en su mano dispuesto a besarla; la otra figura es la de una anciana que, cubierta con un manto, mira al santo con el ceño fruncido mostrando con sus gestos la ansiedad y desconfianza de ser socorrida por haber acudido a última hora. Esta serie de actitudes anímicas contrasta con el equilibrio del grupo situado en penumbra en el ángulo inferior izquierdo del lienzo, compuesto por una madre y su hijo de corta edad. Este le muestra lleno de alegría dos monedas que tiene en su mano y que acaba de recibir del santo, mientras ella lo contempla llena de complacencia y serenidad. Aquí el maestro ha utilizado el recurso del cuadro dentro del cuadro y ha sabido captar una de las más bellas imágenes de la vida popular sevillana.   

La luz participa activamente en la obra como parte integrante definidora de los distintos componentes de la escena. El color, con un excelente grado de entonación entre tonos tierras y dorados, consigue centrar la atención del espectador en la figura del santo, quedando recortada su imagen firme y potente con una tonalidad oscura que le proporciona cierta austeridad. Completan estas entonaciones cromáticas unas tonalidades grises que nos recuerdan a las más logradas de Velázquez.

En conclusión, nos encontramos ante una obra de carácter monumental y extraordinaria, que nos hace rechazar la opinión desafortunada que, con frecuencia, ha venido calificando la obra de Murillo de «pintor dulzón». Nada más lejos de la realidad al contemplar esta espléndida pintura, obra cumbre de su producción.

Una segunda versión de este tema se conserva en la Wallace Collection de Londres (ver).

Rocío Izquierdo Moreno: Murillo y los capuchinos de Sevilla, Sevilla, Consejería de Cultura, 2017, pp. 204-207)

Imagen en alta resolución (Google Arts & Culture)