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El braserillo de la plaza de Chirinos por Jesús Cabrera

El braserillo de la plaza de Chirinos

por Jesús Cabrera. Periodista.

 

La esencia del hogar eres tú, pequeño brasero. Poco importa la familia que te tuvo, ni que fuiste pasando de mano en mano siempre cumpliendo tu misión de dar calor, que es algo así como la versión más material del afecto, del cariño que nos podamos tener las personas. Sabemos que cumpliste tu misión y que tus propietarios te trataron con mimo, no hay huella de violencia en ti, porque cuando fuiste abandonado quedaste resguardado de cualquier destrozo a la espera de los siglos venideros.
 

Sabes que hoy no hay más que dar a un botón para satisfacer la mayoría de las necesidades. Tú, en cambio, en tus modestas dimensiones, albergabas las ascuas para mantener caliente la comida, o para desentumecer esas manos castigadas por el frío que cada año se descuelga en Córdoba durante unos días del invierno para subir luego la pendiente del calor de cada verano, que parece la estación dominante de la ciudad.
Ahora, dos minutos de microondas o un giro en la palanca del grifo hacen tu trabajo en un instante, fíjate. Es el paso de los siglos, sí, pero en el camino se ha perdido el factor humano que conservas pese a tus pequeñas dimensiones de objeto doméstico.
 

Te imagino en una casa alejada del bullir de la Córdoba de aquel momento, muy próxima a la muralla norte y con toda seguridad rodeada de una huerta amplia y luminosa, rica en agua y salpicada de hierbas aromáticas que alguna vez sahumarías lentamente como modesto lujo doméstico a falta del preciado y costoso incienso de Omán.
Aquella Córdoba del siglo XII no era la actual, lógicamente, pero tampoco era la que un par de siglos atrás fue asombro del mundo. Sabes que ya no quedaba rastro de esos sabios que dieron lustre a la ciudad, ni que cada vez que el ejército traspasaba la muralla era para celebrar una victoria; no, en tu tiempo podías temblar al ver un militar a caballo. Todo se podía venir abajo.
Y así fue. Eran tiempos convulsos y un día te dejaron abandonado con otros elementos del ajuar doméstico. Érais los enseres predilectos de los propietarios de la casa y por eso el olvido cayó sobre vosotros en forma de tierra que os sepultó durante siglos mientras la vida seguía en la superficie.


Pasó el tiempo y poco o nada cambio en esta zona de la Córdoba intramuros, acaso la más discreta de la ciudad, por estar alejada del río, de las puertas importantes, de los centros de decisión. Quien quisiera pasar desapercibido sabía que ésta era la zona idónea. Nadie se fijaría en él.
El día a día de lo que sucedía unos metros más arriba de donde estabas enterrado nos lo dejó Pío Baroja en la coplilla que insertó en La feria de los discretos: "Casas de la Morería,/ Trascastillo y Murallón,/ ninfas, dueñas y tarascas,/ baratilleras del amor".
Esta alternativa 'low cost' a la mancebía de élite que bullía por la zona del Potro fue una seña de identidad del barrio hasta tiempos recientes, hasta el mismo instante en que se te encontró en el subsuelo, cuando La Pichichi cerró su negocio, el último del barrio, donde todas las habitaciones tenían dos puertas para evitar encuentros incómodos.

 

Era el desarrollismo y la plaza de Chirinos no se quería quedar atrás. Se dijo adiós a los últimos corralones, a las casas con jardín, al puesto de jeringos, a una forma de vida que no volvería. La apertura de la calle Cruz Conde fue el inicio de esa modernización que no dejó ni rastro del taller en el que Mateo Inurria, a golpe de cincel, se abrió un merecido hueco entre los grandes.
Los bloques de viviendas comenzaron a aflorar y era cuestión de tiempo, braserillo, que dieran contigo. El horizonte cambió y las casas de una o dos plantas dieron paso a las de cinco alturas, que era lo que se llevaba. Nada volvió a ser como era.
En la ficha del Museo Arqueológico se afirma que te encontraron cinco obreros que levantaban la casa del dentista Rafael Ochotorena. Uno de ellos, Antonio Alcalde te depositó en febrero de 1956. Desde entonces, en el Museo se te cuida como una de sus piezas más preciadas y se te ha honrado con una notable bibliografía. Como las grandes estrellas, has participado en exposiciones de renombre, algunas internacionales. Pero más allá de tu valor arqueológico hoy quiero reivindicar tu ayer y tu hoy, sin olvidar que en el mañana seguirás siendo aquel braserillo que un día fue el centro de un hogar.

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