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Mi Pieza Favorita

Mosaico de la loba y los gemelos. Por Francisco de Paula Sánchez Zamorano. Escritor

Mosaico de la loba y los gemelos

Por Francisco de Paula Sánchez Zamorano. Escritor

 

Altura: 365 cm.; Anchura: 363 cm.

Mosaico de alfombra con figura, de esquema a compás, que consta de un gran círculo central, con la escena de Rómulo y Remo y la loba capitolina, remembrando la fundación de Roma, y de cuatro medios círculos tangentes a ese medallón, en el que alternan ménades y sátiros, uno de los cuales de difícil apreciación al hallarse prácticamente borrado.

La composición está hecha al gusto de la época (siglo II d. C.), de teselas, entre 1 y 5 cm., de pasta vítrea, cerámicas y mármoles de los más diversos colores: pardo oscuro, blanco, rojo intenso, anaranjado, amarillo, de tonos verdes y azules en algunas partes, siena tostado, grises azulados, castaños y tonalidades rosadas.

Fue hallado en 1961, en la finca La Valenzoneja, en Alcolea (Córdoba), fecha en que el Museo Arqueológico recibe la obra en sus fondos al haber sido ofrecida al mismo por la propietaria de la finca donde apareció, tasándose por la Dirección General de Bellas Artes en 13.000 pesetas, cantidad que fue percibida por referida propietaria.

 


Cuando en las noches luminosas contemplamos la inmensidad del cielo resulta difícil escoger la estrella o la constelación que más nos impresiona, que más nos conmueve o simplemente que más pensamientos y reflexiones nos sugiere. Porque todo el universo, desde la sideral lejanía del ojo humano que lo contempla, es belleza, armonía y trascendencia.

Lo mismo ocurre cuando paseamos por los patios y galerías del Museo Arqueológico de Córdoba, uno de los más completos de España, con todas las edades del ser humano precisa y preciosamente representadas. Las mismas sensaciones se sienten en ese indecible cosmos arqueológico, donde todo se halla cuidadosamente ordenado, donde las piedras, piezas y restos, sumidos en la elocuencia del silencio, se dotan de alma y de voz ante el espectador para desvelarle, sin hablar, los secretos de la humanidad y las claves de la inmensa noche de su historia. Tal es el deslumbrante encanto que todas las piezas despiden, tal la altura de los argumentos o de las meras leyendas que sugieren ante el impresionado visitante, que resulta difícil escoger una.

Mas como no soy historiador ni arqueólogo, y aunque lo fuese, siempre suelo elegir en muchos aspectos de la vida con registros que se alejan de lo empírico y contrastable, dejándome guiar con frecuencia por el espíritu idealista cuando no romántico, que me atrapa y reconforta. Y en esta ocasión no iba a comportarme de modo distinto. Especialmente cuando entiendo que las "piedras" del pasado, como ocurre con otras cosas, tienen casi siempre un lado menos tangible y, por ello, más etéreo. Quizá en mi caso lo vea así por mera deformación literaria, la que me suele sumergir en el mundo de los mitos. En este sentido no concibo una pieza de museo sin un principio de fábula, como no entiendo un castillo sin su correspondiente leyenda.

Al final, el impresionante Mosaico de la loba y los gemelos cumple con esos parámetros de elección. La leyenda que se forjó en torno a la fundación de Roma, con cierta equivalencia metafórica, siglos antes, en ese Moisés salvado de las aguas (la tradición oral tenía toda su frescura), ha jugado un papel fundamental. Junto a ello, la fantasía y los delirios de grandeza del pudiente señor que hizo decorar el suelo de su recién construida casa con tan mitológica (¿histórica?) escena, han sido  factores determinantes para elegir como favorita tan singular pieza.

Y digo mitológica porque es hija de la fantasía: una loba sólo puede amamantar a dos niños en el magín de narrador de ficción. Y me refiero con interrogante al término histórica porque a partir del mito se construyó lo realmente sucedido, con las licencias y añadidos que permite la historiografía. Pura leyenda la del príncipe troyano que huye de la destrucción y funda Alba Longa, o las rencillas entre Amulio y el destronado Numitor, o la seducción del dios Marte a Rea Silvia para engendrar a los mellizos Rómulo y Remo, pero hermosa invención, al fin y al cabo, para construir sobre ella el germen de un vasto imperio. Leyenda, cómo no, esa raya infranqueable o ese recuadro prohibido trazado sobre el monte Palatino para exclusión de Remo, que halló la muerte a manos de su hermano por su contravención, pero hermoso arranque de un relato: el de Roma y su esplendor.

El lujo y ostentación de la casa romana (domus), que debió edificarse durante el siglo II d. C. en la estación Addecumum (actual localidad de Alcolea), eran el tributo a la costumbre de la época de las clases poderosas. Ello a su vez encarnaba la arquitectura romana portadora de mensajes. La forma, dimensiones, situación y la riqueza decorativa del recinto familiar evidenciaban el estatus social. Principalmente el refinamiento en la elección y el diseño de los elementos decorativos hablaban del prestigio y rango social del propietario.

El dominus de aquella edificación tenía que reflejar grandeza, una grandeza que desde la imaginación y fantasía encontraría sus símbolos comparativos: El Tíber y el Guadalquivir. Los dos ríos con sus cauces y caudales distintos y distantes, como signos de expresión de lo épico y legendario. En el pavimento de la domus debería hallarse la síntesis de las dos fundaciones: la de Roma y la de aquella casa próxima a las orillas del Gran Río de la Bética. Una de proyección universal, y otra de ámbito particular, esto es, exclusivamente para solaz propio, para los sueños y caprichos de sus moradores. Cada vez que los miembros de la ilustre familia pisaban el mosaico del suelo veían en él contemplados el origen del Imperio, la fuerza de su gran metrópolis, y la suya propia.

La loba capitolina atigrada, vuelta su cabeza sobre Rómulo y Remo, que permanecen prendidos a sus ubres ocupando el centro de la composición, el rico colorido y la gama de tonalidades de las teselas magistralmente dispuestas provocan una indescriptible emoción en el observador, una emoción que lo invitan a la imaginación para viajar por el tiempo hasta esa época gloriosa, hacia ese rincón de la Bética cercano a Corduba. Las ménades, con su evocación dionisíaca y sus desvaríos de ninfas prestas al placer, o a los males pululando alrededor de Luperca  y sus infantes lactantes... Los sátiros -o las sátiras, quién sabe- completando el cortejo... Todo ello hace el resto. Todo ello provoca ese pequeño éxtasis con el que se aprecian y se degustan las huellas del pasado o se imaginan los sentimientos de quienes por él transitaron, en este caso los de los moradores de esa casa, con sus grandezas y miserias, con sus realidades y anhelos, con su alegría y su luto, como siempre ocurre en el devenir de la existencia.

Precioso, cautivador en suma, este Mosaico de la loba y los gemelos que predispone a la serena meditación, a la remembranza y al sueño de su fruitiva contemplación.

 

Más información en la ficha de inventario

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