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Mi Pieza Favorita

Sarcófago romano de plomo del siglo IV por Ana María Suárez-Varela, Presidenta de la Asociación de Amigos de los Museos de Córdoba.

Sarcófago romano de plomo del siglo IV

Por Ana María Suárez-Varela. Presidenta de la Asociación de Amigos de los Museos de Córdoba.


El sarcófago de referencia se contaba entre los tres de plomo hallados en 1940 en el solar de la calle Diario de Córdoba, número 19 (hoy 11), propiedad de D. Rafael Suárez y la Riva. Tiene forma trapezoidal, más ancho que alto y sus medidas son 196 x 57,5 x 53. La caja y tapa fueron construidas por separado a partir de dos grandes planchas de plomo que se confeccionaban vertiendo el plomo líquido sobre una superficie horizontal de arena de fundición, cercada por un molde cerrado en sus cuatro lados, que previamente habían recibido la impresión de las estampillas decorativas.

Son piezas de gran calidad, de elaboración compleja a causa de su tamaño, fabricadas por talleres locales de Colonia Patricia con gran dominio técnico, lo que indica un alto estatus del difunto.
La caja es lisa y sin decoración, mientras que la tapa está ornamentada de forma aleatoria con bandas en relieve a modo de listas o cintas cruzadas, para simular que atan la caja. La banda está dividida en dos longitudinalmente con escenas de cacería: dos cérvidos y dos leones corren hacia la izquierda y un jabalí a la derecha. Se trata de repertorios iconográficos propios de las provincias del Este del Imperio y que se explicaría su uso en Córdoba por la presencia de población de origen oriental en las orillas del Guadalquivir.

Su datación se fija a finales del siglo IV d.C., fecha establecida además de por el contexto y forma de las cistas donde estaban depositados, por la aparición de una moneda en su proximidad asignada a la época del Emperador Gracianus (376-383 d.C.). No aparece ninguna inscripción sobre la identidad del difunto, pero al aparecer otros sarcófagos similares a poca distancia, se ha pensado si podía formar parte de un mausoleo familiar. Se hallaron algunos restos de ajuar funerario como un ungüentario de vidrio blanco azulado, restos de tejido (tisú de oro), cerámica y la moneda aludida. El sarcófago fue depositado en una cista de ladrillo o mampostería de forma trapezoidal y se cubría mediante "tegulae" colocadas en sentido transversal para que el peso de la tierra no hundiese la tapa.

El hallazgo de estos sarcófagos sirvió para documentar la existencia de una necrópolis desconocida hasta ese momento y que en la actualidad está enriquecida por la puesta en valor de más restos visibles en el jardín del Hotel Patios de Córdoba, situado en el edificio colindante. Santos Gener, en su condición de director del Arqueológico en esos momentos, hace una narración del contexto del hallazgo, y aunque algunos datos están hoy muy superados por un mejor conocimiento de la ciudad romana, son muy interesantes por la frescura de su proximidad al hecho. Refiere Santos Gener que "al construir una nueva casa en el solar nº 19 de la calle Diario de Córdoba, a ocho metros de profundidad, en terreno de acarreo y bajo los restos de una habitación árabe, han aparecido en el breve espacio de 15 metros lineales de zanja ocho sepulturas de inhumación, entre ellos tres sarcófagos romanos de plomo, de los que dos han sido regalados por el propietario del terreno al Museo Arqueológico Provincial".

Continúa afirmando Santos Gener que la proximidad de los restos a un núcleo urbano importante debió otorgar cierta categoría a esta necrópolis, añadiendo que dada la costumbre romana de establecer necrópolis en las salidas de las ciudades, que bordeaban las grandes vías de comunicación, no es extraño que en este caso se halle enclavada al pie de la muralla y junto al camino que bajando por la calle de la Feria conducía al Puente, camino a  Cástulo y cerca de la Puerta de Hierro. Y ahora podemos añadir que también estaba próxima al gran recinto del Foro Provincial donde se sitúa el templo imperial de culto.

La nota personal y el motivo de la elección de esta pieza está justificada por la identidad del propietario del solar que dona los sarcófagos: Rafael Suárez y la Riva, quien era mi abuelo paterno. La casa aludida fue mi vivienda familiar hasta que la abandoné al contraer matrimonio. Por este motivo, desde muy pequeña le oí contar a mi padre la narración de este hallazgo. Él nos refería cómo se veían más sarcófagos, aunque solo se extrajeron los tres de plomo, y cómo su padre donó dos al Museo Arqueológico Provincial, mientras que el tercero lo entregó al Museo Arqueológico Nacional, mientras cursaba la carrera en Madrid. Nos explicaba cómo aquel lugar había sido un cementerio romano, sin ahorrar el detalle de que los otros sarcófagos habían quedado bajo la casa, por lo que cuando alguien dejaba abierta la puerta al profundo y húmedo sótano, los niños nos asomábamos a él con cierta sensación de miedo y misterio.


Esta circunstancia y la suerte de que mi padre, pese a su formación de ciencias, desde muy pequeños nos inculcara siempre en sus paseos el amor y conocimiento por el patrimonio y la historia de esta ciudad, lo que me llevó en 1966 y ya comenzados los estudios de Filosofía y Letras, a solicitar las prácticas del Servicio Social en el Museo Arqueológico de Córdoba. Allí, gracias a la acogida de su directora Ana Mª Vicent, los tres meses obligatorios se convirtieron en tres años de colaboración, hasta que me marché de Córdoba. En este tiempo tuve el privilegio de acompañar a Ana Mª Vicent al Congreso Nacional de Arqueología celebrado en Mérida, donde tuve la oportunidad de conocer a Martin Almagro padre. Fue un tiempo muy especial para mí, conocí a fondo el Museo, sus fondos y su personal. Recuerdo con cariño aquel espacio museístico de finales de los 60 que era un disfrute para los sentidos: el olor del majestuoso magnolio en primavera, la vista de los peces rojos en el transparente estanque, la gracia y belleza de las gitanillas que colgaban desde la barandilla de la galería superior del patio de las columnas y el tenue sonido, apenas perceptible, que inundaba todo el recinto con música de Falla, Albéniz y Granados.
 

Un día sonó el teléfono y su actual Directora, Dolores Baena, me propuso que hablara sobre mi pieza favorita del Museo, haciendo revivir de pronto en mi memoria todos estos recuerdos, lo que le agradezco.

Más información en la ficha de inventario

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