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El descubrimiento de la Necrópolis tiene lugar de manera fortuita durante los años 1868 y 1869, con motivo de los trabajos de allanamiento del llamado Camino del Quemadero.

A partir de esta fecha se inicia una etapa de expolio sistemático por parte de aficionados y propietarios de los terrenos, con un objetivo lucrativo, de forma que se venden las piezas extraídas a coleccionistas. De esta manera surgieron gran número de colecciones particulares, hasta que en 1881 Juan Fernández López y Jorge Bonsor, junto al capataz Luis Reyes Calabazo, inician un proyecto científico, comenzando por la adquisición de los terrenos que actualmente conforman el recinto de la necrópolis. Este proyecto culmina con la creación de la Sociedad Arqueológica de Carmona y del Museo de la Necrópolis, así como un circuito que permitía el acceso a los visitantes en 1885. Durante estos años se excavaron gran número de tumbas, al mismo tiempo que dan comienzo las primeras publicaciones, de carácter monográfico, referidas al yacimiento.

Tras la cesión de la Necrópolis al Estado en 1930, se abre una nueva etapa que culmina con la reanudación de las excavaciones arqueológicas en la zona del Anfiteatro, zona hasta ese momento por descubrir, que sacan a la luz una serie de estructuras funerarias que fueron estudiadas bajo la dirección de Concepción Fernández Chicarro, y que posteriormente fueron continuadas por María Belén Deamos. Importante aportación fue el estudio que de la Necrópolis hace Manuel Bendala Galán en su tesis doctoral.

Desde entonces y hasta la actualidad, los trabajos realizados en el recinto se han encaminado a la conservación y difusión del Conjunto, salvo excepciones, como las obras de restauración efectuadas durante 1997 y 1999, con carácter de emergencia, realizadas por José Manuel Rodríguez Hidalgo; o la delimitación de nuevas estructuras a raíz de la construcción del nuevo Museo de la Necrópolis y del proyecto de ampliación del camino de acceso al mismo, bajo la dirección de Antonio Pérez Paz, en el año 2001. Las últimas han sido realizadas en el anfiteatro romano y tenían como finalidad concretar los momentos de construcción y abandono de este edificio, así como recuperar las marcas existentes en el espacio destinado a la arena; estos trabajos han sido parte fundamental para la elaboración de la tesis doctoral de Alejandro Jiménez Hernández, que se dedicaba a este monumento.

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